lunes, 12 de noviembre de 2007

Pasajeros con destino al Pabellón



Por qué un “combo a la mexicana” y no un pabellón criollo. Una pizza Margarita y no un pastel de chucho. Una ración de sushi y no una de asado negro. Aunque la respuesta obvia podría ser la de la simple elección de un paladar, se nota que algo en este menú no ha sido fácil de cocinar: la exportación de nuestra gastronomía nacional.Petróleo, misses, y bellezas naturales parecen delinear la postal de un país, Venezuela, ante los ojos del mundo. Pero qué hay de nuestros sabores, de nuestra sazón particular. En estos tiempos de “fogones globalizados”, la pregunta amerita una reflexión y también, claro está, llama a la acción.
Basta volver a la lectura de uno de los libros del maestro Armando Scannone, “Mi cocina a la manera de Caracas”, para comprobar que tal preocupación no es en lo absoluto novedosa. “Que la comida venezolana no se siente, que no hay restaurantes donde comerla”, son algunas de las afirmaciones que el autor cita como recurrentes en su texto.

Sin embargo, es el propio Scannone quien niega la dificultad de llevar la comida típica a los restaurantes y apunta que ella puede estar presente en la mejor mesa siempre que cumpla con las tres condiciones para comer bien: ingredientes variados y de buena calidad; cuidado y cariño en la preparación; y, sobre todo, establecer un alto nivel de excelencia con el producto preparado. Servido el plato típico, con exquisito gusto, toca entonces pensar a la sazón de un único propósito: cómo lograr que nuestra cocina aterrice en mesas extranjeras.

Número uno, tener presencia. Aunque tal requisito puede pecar de elemental, constituye una pretensión fundamental, pues el tener presencia supone proyectarnos como nación con petróleo, con misses, con hermosos paisajes, pero sobre todo, con mucho sabor…gastronómico. En consecuencia, es necesario no sólo pregonar y enaltecer lo mejor de la cocina venezolana allende nuestras fronteras, sino a la par permitir el acceso a esta propuesta gastronómica sin discriminar culturas ni estratos sociales. Para ello, todas las estrategias del mercado parecen válidas; desde la franquicia, con amplio alcance comercial, que ofrece una determinada variedad de platos típicos; hasta el restaurante gourmet que permite degustar lo más selecto de nuestros sabores.

Sin descuidar la calidad, claro está, y ello invoca a otro aspecto también fundamental en este asunto: la formación del cocinero. Y es que así como hablamos de impulsar nuestra oferta gastronómica en el ámbito internacional, debemos pensar asimismo en la exportación de nuestros cocineros como artífices y garantes de esa oferta. Tal aspiración, por lo demás, entraña la exigencia de mantener los niveles de excelencia en las instituciones dedicadas a la enseñaza gastronómica, así como promover ámbitos de especialización con respecto al conocimiento y dominio de nuestros platos.

Del mismo modo, ha de tomarse en cuenta la participación del Estado venezolano, que de forma independiente o en alianza con el sector privado, podría impulsar y dar apoyo al establecimiento de rutas gastronómicas locales, con alcance internacional, mediante las cuales se logre promocionar la cocina nacional.

Ni qué decir de la creatividad, que en mucho ayuda. Pensar, por ejemplo, en restaurantes de intercambio, algún francés, asiático o italiano, donde por una semana se pueda comer también venezolano. Vender paisajes junto con sabores en el exterior “turismo gastronómico” y dejar que las agencias de viajes ofrezcan sus paquetes respaldados con un amplio menú para degustar, según las regiones a visitar. Rotar por distintas partes del mundo semanas gastronómicas con sabor venezolano y posicionar en los buffet de los hoteles, con promociones “todo incluido”, alguna comida o postre criollo.

Todo esto sin omitir el indiscutible poder de los medios de comunicación, pues sin duda, una campaña de amplio alcance y difusión en el exterior nos brindaría la posibilidad de familiarizar al extranjero con los nombres de nuestra sazón, empezar a construir la tradición, y remontar, tal vez, el vuelo hasta un sabroso plato de pabellón.

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